Históricamente, Alemania, y su predecesora Prusia, han sido exportadoras de un modelo peculiar de entender y organizar lo militar. Su producto más reciente, pues se gesta en la inmediata posguerra, en los primeros cincuenta del siglo pasado, es la noción "ciudadano de uniforme", una suerte de contrafigura de cuanto había caracterizado el estereotipo estrepitosamente derrotado en 1918 y en 1945. Contrafigura que, como tal, integra exacerbado diseño surgido del rechazo a cuanto se consideraba motivo de la humillación y la ruina, cuando no del crimen. Un "nunca más" ligado a un contexto muy concreto. Quien lo iba a decir, el país del modelo "prusiano" convertido al paradigma de uno puramente ocupacional, hiperdemocrático, casi civil. Paradojas de la Historia.
La creación de la "Bundeswehr" partió de bases radicalmente nuevas -incluso suprimiendo elementos como las suelas claveteadas de las botas- que, en lo atinente a organización, considera que el soldado no es un mero receptor ciego de órdenes, es titular de derechos y está regido por el "innere Führung" (liderazgo interno). Se ha llegado a decir que con el modelo se consiguió garantizar la seguridad alemana hasta la caída del muro. Pero se olvida que el peso de la disuasión reposaba en el Ejército norteamericano, de configuración muy diferente. En todo caso, en la propia Alemania algunas voces recientes alertan sobre un posible agotamiento del diseño, en atención a las crecientes responsabilidades en operaciones militares internacionales.
En 1981, pronuncia una conferencia en Madrid el general VON BAUDISSIN, concretamente en la Fundación Pablo Iglesias. Con significativo eco mediático, vende el modelo a un auditorio entregado. En 1983 se celebra en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Complutense de Madrid un largo ciclo de ponencias sobre "Libertades públicas y Fuerzas Armadas", que da lugar a un conocido libro, publicación muy plural pero en la que se recogen varios textos, convertidos en argumentarios de referencia en algunos ámbitos, muy entusiastas, explícita o implícitamente, del concepto "ciudadano de uniforme". Una "larga marcha", iniciada entrados los ochenta, con la reforma de la Justicia Militar -a pesar de que ya se había acomodado a la Constitución en la Ley Orgánica 9/80-, la creación de los Cuerpos Comunes, determinadas adecuaciones del marco simbólico y litúrgico, las Leyes de 1989 y 1999, sobre la profesión militar, y la paulatina difuminación de las Reales Ordenanzas, desemboca en la Ley de la Carrera Militar de 2007 y en la Ley Orgánica 9/11, de Derechos y Deberes. El día de la aprobación de esta última, y desde ambas orillas partidarias, se saluda la consagración del arquetipo como una llegada a la tierra prometida. Que no decaiga.
¿De qué estamos hablando? Profesiones tan dignas y respetables como los bomberos, los vigilantes jurados, los factores ferroviarios, los sanitarios o los barrenderos también son ciudadanos y además trabajan uniformados. La condición militar, por mucho que haya sufrido, en el sentido peyorativo del término, una administrativización, o, si se quiere, una desnaturalización, en el contínuo histórico que apuntamos, está presidida e inspirada en parámetros muy específicos, incluso de raíz moral, de base histórica y también con asidero constitucional en el artículo 8 de la vigente norma fundamental. Se puede llegar a entender a quienes, desde una cierta coherencia ideológica, avalen una vagarosa y equívoca orientación que difumina los contornos básicos de la institución castrense, pero lo que resulta sorprendente es la ignorancia o frivolidad de quienes se suben al carro acríticamente, sin reparar en el error de las asimilaciones irrestrictas. Es lo que hay. Buen verano a todos.