Desde la perspectiva clásica, una estrategia de defensa y disuasión que se precie precisa tomar en consideración cinco elementos imprescindibles. En primer término, la ponderación lo más exacta posible de los intereses en presencia. Segundo, el acopio de información sobre todos los desafios posibles. Tercero, la inferencia de los propósitos de los enemigos potenciales y de lo que están dispuestos a hacer. Cuarto, mostrar determinación y credibilidad en lo que a una acción enemiga respecta. Quinto y último, concreción de tal respuesta, a ejecutar caso de fallar la disuasión.
¿Siguen vigentes esos factores? Sin duda, en lo referente a amenazas convencionales, la respuesta es afirmativa. Más matizada es la percepción de las de naturaleza asimétrica, en las que el cuarto factor puede relativizarse frente a algunos fenómenos fanatizados, que parecen surgidos de la noche de los tiempos. En ellos, una disuasión "pesada" o con grandes y visibles capacidades es menos efectiva que la información (el segundo factor), la infiltración, las acciones preventivas y la intervención cooperativa en el entorno social. Aunque las operaciones preventivas y la obtención de información fiable pueden generar fricciones con el Derecho. Vease "La noche más oscura" (KATRYN BIGELOW, 2012) como expresión cinematográfica de ese riesgo.
Resulta curioso que conocidas aproximaciones al fenómeno de la subversión, bien desde el orden establecido (RAYMOND MARCELLIN), bien desde la revolución (CARLOS MARIGHELLA), ya nos puedan parecer ingenuas recetas ajenas a la evolución de los acontecimientos. Probablemente, por responder en el fondo a unas mismas pautas culturales, en las que, por contradictorio que parezca, un mínimo de racionalidad ofrece coherencia al discurso. Por desgracia, por el mismo motivo, hasta un clásico sobre la guerra irregular, "Los siete pilares de la sabiduria" (T.E. LAWRENCE), muestra su desfase. En el área Sahara-Sahel, una vez más, ejemplos muy ilustrativos.
Y a todo esto, para añadir mayores incógnitas estratégicas al conjunto, parece que el interés prevalente de la potencia militarmente hegemónica muda a marchas forzadas (preferencia Asia-Pacífico, tentación aislacionista...), al tiempo que agentes emergentes muestran sus cartas. En ese escenario, una disuasión creible ha de afrontar una duplicidad de planos, a menudo aparentemente divergentes, por requerir distintas capacidades. No es igual la amenaza asimétrica que la convencional, percibida la segunda por algunos como residual, pero en verdad no menos real.
Esa realidad jánica de la defensa y la disuasión tiene un coste considerable, máxime en momentos de crisis económica ("amenaza para la seguridad", según SM el Rey en la Pascua Militar) y austeridad presupuestaria. Por eso, compartir determinadas capacidades, logística y programas, el desarrollo de supuestos de "smart defense", la polivalencia de los medios, e, incluso, en nuestro caso concreto, la adscripción a un sistema tan ambicioso como el escudo antimisiles, en clara muestra de determinación y voluntad cooperativa, resultan inexcusables.