La cumbre de Cardiff ha recomendado a los miembros de la Alianza Atlántica que gasten al menos un 2% del PIB en Defensa (de él un 20% en inversión), como criterio orientativo en una década. España, como es sabido, queda muy por debajo de ese objetivo, alejada del nivel que aconsejan su peso económico y posición estratégica, con un magro 0,9%. Por debajo del 1% se entiende que no es posible cumplir con los estándares de adiestramiento, municionamiento y renovación. Pero este dato, por sí solo preocupante, si se anuda a una noticia reciente, nos traslada a un escenario muy poco halagüeño. Se trata de una encuesta del CIS que alerta de que únicamente un 16% de los españoles estarían dispuestos a defender con las armas su país en caso de agresión.
¿En algún país serio pasa algo así? ¿Una nación puede sobrevivir con esa tendencia social? Aunque, para tranquilizarnos, pensemos que en España existe cierta inclinación al “postureo”, por utilizar la expresión juvenil, cuando se trata de responder preguntas sobre asuntos sensibles o trascendentes, o que a la hora de la verdad el ser humano siempre reacciona si es atacado o avasallado, ni así es posible asimilar fácilmente tan inquietante información
Estas cosas no ocurren espontáneamente, son fruto de varios factores, entre ellos la enseñanza, los medios y una singular urdimbre institucional/territorial, que en general han remado durante largo tiempo en contra de cuanto huela a patriotismo o milicia. Aunque volver sobre ello no genera más que melancolía, lo cierto es que, hoy por hoy, sin lo que se ha dado en llamar “cultura de defensa”, el edificio parece sostenerse por mera inercia. Sólo un gran acuerdo transversal sobre una política de alcance, despojada de sectarismos y complejos, orientada al futuro y enderezada al bien común, pudiera ofrecer algún lenitivo. Por desgracia, parece un wishful thinking.
Todavía no traducido al español, aparece el último trabajo de HENRY KISSINGER (World Order), interesante reflexión sobre cuanto de nuevo hay en el orden internacional.. Es más, recientes traspiés de Occidente (errores en Irak, “primavera árabe”, crisis ucraniana, surgimiento del ISIS…) ponen en valor la real politik a la que siempre, en lo sustancial, se adscribió el autor en su dilatado desempeño de responsabilidades, pero que no descarta en su libro una conciliación con valores democráticos, no necesariamente incompatibles con el pragmatismo.
En este contexto, la posición de España en la crisis propiciada por el yihadismo en Oriente Medio, ofrece interrogantes aún por despejar. Algunos cuestionan lo que perciben como tibieza fruto del llamado “síndrome de Irak”, otros apuntan a una actitud prudente adecuada a condicionantes de distinta índole. Con toda probabilidad, algún papel nos estará reservado, sin duda no tan irrelevante como el que dibujan percepciones quizá superficiales. Por la cuenta que nos tiene.