De las formas. No nos referimos a las que, tan imprescindibles, rigen los
procedimientos administrativos y jurisdiccionales, pilares de la seguridad
jurídica. Tratemos de aquéllas otras que, implícitamente o no, adornan el
comportamiento debido en sociedad. No menos relevantes, en cuanto expresión de
cultura y convivencia. En tiempos se hablaba de ética y estilo, o se vinculaba
ética con estética (KIERKEGAARD, con la conocida recreación de JOSÉ MARÍA
VALVERDE entre nosotros).
Los Ejércitos siempre las han tenido muy presentes. De un lado, las formas
litúrgicas, normalmente positivizadas, con raíz en tradiciones o recuerdos que
justifican la función y las misiones. Pero, de otro, también las ligadas al
comportamiento social de sus miembros. Recordemos el artículo 52 de las Reales
Ordenanzas: “ Pondrá (el militar) gran cuidado en observar y exigir los signos
externos de disciplina, cortesía militar y policía, muestras de su formación
militar. Se esforzará en poner de manifiesto la atención y el respeto a otras
personas, sean militares o civiles, en destacar por la corrección y energía en
el saludo y por vestir el uniforme con orgullo y propiedad…”.
RAMÓN LLULL, en el Libro del Orden de Caballería, expresa: “Convienen con la
condición de caballero la nobleza de costumbres y buena educación. Porque la
nobleza del coraje no puede ser elevada al alto honor de caballería, sin
elección de virtudes y buenas costumbres”. Y añade: “Cortesía y caballería se
convienen; porque vileza y palabras de mal gusto van contra caballería. Es
propio de caballero la privanza de hombres buenos; la lealtad, la verdad, el
ardimiento, una verdadera largueza, la honestidad, la humildad, la piedad y
virtudes semejantes. Porque así como el hombre reconoce en Dios toda nobleza,
así también se debe ver en el caballero toda virtud, para que la caballería
reciba verdadero honor de los hombres que se hallan fuera de ella”. Un texto
medieval que, “salvata distancia”, siempre viene bien recordar.
Se trae todo esto a colación por determinados comportamientos que han
adquirido rango de normalidad en la sociedad española, incluso donde el ejemplo
y el respeto son obligados. Quizá estemos ante un punto de no retorno,
propiciado por la degradación de la moral colectiva y de la enseñanza, sazonada
en la subcultura que algunas televisiones destilan. Y es que las formas, la
cortesía y el saber estar son, sin duda, expresión de cultura nacional, que los
responsables políticos e institucionales conviene respeten y exhiban
modélicamente, lo que no empece a los planteamientos divergentes normales en
toda sociedad abierta y plural.
Mas lo peor es que el desprecio –muchas veces impostado- de las formas
civilizadas y de elementales reglas de educación pueda contener una velada carga
de violencia, un propósito destructivo que nada bueno anuncia. Hoy por hoy,
además, no parece que el fenómeno apuntado pudiera ser atemperado por una
posible institucionalización, a la vista del substrato ideológico y los
objetivos que lo alientan. Pero, en fin, no nos metamos en camisa de once varas.
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