Por fin se publica en España “Orden mundial”, concretamente a finales de
2015, el último libro de HENRY KISSINGER. Una interesante obra de pensamiento
estratégico que, a la par, constituye un pequeño tratado histórico sobre el
devenir de las relaciones internacionales desde la Paz de Westfalia (1648).
No cabe duda de que el sistema de equilibrios y de mutuo reconocimiento de
soberanía que la comunidad internacional –entonces absolutamente eurocéntrica-
instituye tras la Guerra de los Treinta Años, corroborado en Utrecht (1713) y en
Viena (1815), sufre una perturbación sustancial tras las dos Guerras Mundiales
libradas en el siglo XX, sea al hilo, primero, de los errores wilsonianos, sea,
después, efecto de los acuerdos de Yalta. Y ni que decir tiene tras el ataque a
las Torres Gemelas en 2001.
Para KISSINGER, nuestra época se enfrenta a perspectivas incluso más graves que
la devastadora experiencia de los Treinta Años, y eso ha de hacerse logrando “el
equilibrio sujetando a los mastines de la guerra”. El autor reconoce que en su
juventud tenía “el descaro” de creerse capaz de pronunciarse sobre el sentido de
la historia, pero que ahora eso es algo “que debemos descubrir, no proclamar”.
En definitiva, puede apostillarse, los riesgos del presente y las incógnitas del
futuro no permiten bajar la guardia. Todo lo contrario. Es evidente que el
sistema internacional debe procurar el equilibrio tanto entre Estados que
compartan ciertas reglas de mínimos, como entre, en su caso, regiones rivales
que necesariamente no compartan ciertos valores.
Pues, en línea con la corriente realista a la que el norteamericano se adscribe,
quien tenga capacidad y voluntad de influencia, sin abdicar de los principios
propios, debiera asumir una segunda cultura “global, estructural y jurídica”,
esto es, un concepto de orden superador de los ideales de cualquier nación o
grupo de naciones. Con KISSINGER en la Secretaría de Estado sería difícil
concebir la segunda Guerra del Golfo o cuando menos la desastrosa gestión de la
victoria.
En política internacional, enseña el decurso histórico, el idealismo extremo
desemboca casi siempre en todo lo contrario de lo proclamado o anhelado. Esa
constante mantiene plena vigencia en el mundo actual, en el que se mezclan y
agitan peligrosamente ingredientes como la proliferación de Estados fallidos, el
auge de ideologías o creencias radicales, el declive demográfico occidental y la
vulgarización de las amenazas asimétricas.
Un escenario que aconseja fortalecer los vínculos entre quienes compartan
principios básicos, tanto en el ámbito militar como económico, con las cautelas
precisas y los obligados sacrificios para aproximar esfuerzos entre ambas
orillas del Atlántico. Pero sin olvidar que existen espacios, sobre todo al
este, que, al margen de crisis coyunturales, debieran ser percibidos como
propicios al acuerdo o a las actuaciones comunes. No se yerre el enfoque ni se
confundan los planos.
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