Cierto que la propia globalización, también la profundización en la
integración europea o incluso las economías de escala, conducen a procesos de
desnacionalización que concentran en entes supra o transnacionales lo que antes
se consideraba privativo de los Estados. Pero en el ámbito militar –uno de los
elementos esenciales de la soberanía- ese fenómeno tiene claras singularidades.
No es lo mismo, decía con lucidez un oficial general español que había prestado
servicio en los Balcanes, formar bajo la bandera de la Unión Europea que hacerlo
bajo la propia, y menos aún poner en riesgo la vida encuadrado en una unidad
multinacional mera amalgama de unos nuevos lansquenetes, en la que quedaran
diluidas las señas de identidad de los viejos ejércitos nacionales.
Por eso la Cooperación Permanente Estructurada (PESCO) de la UE no puede ser
pretexto para una desnaturalización progresiva de las Fuerzas Armadas de los
países miembros, antes bien, ha de orientarse, primordialmente, al reforzamiento
de la autonomía europea en lo militar, con las implicaciones derivadas en
cooperación y sinergias industriales y tecnológicas. Pero, además, con las
cautelas y modulaciones que España deba mostrar a la vista de las ventanas de
oportunidad que se le puedan ofrecer, como bien trasluce la reciente Estrategia
Nacional de Seguridad.
Aun así existen voces que apostaron y apuestan por un Ejército europeo:
entre nosotros, y con muchos matices entre ellos, BUSQUETS, SILVELA, CALVO
ALBERO y PALACIOS, en Bélgica JEAN MARSIA… Este último, coronel del Ejército
belga, aboga por la creación, como un primer paso, de una enseñanza militar
superior común, una Universidad Europea de la Defensa. JOSÉ MIGUEL PALACIOS,
teniente coronel de infantería, en reciente e interesante artículo publicado por
la Universidad de Zaragoza, al hilo de las propuestas de MARSIA, sugiere que es
posible que países europeos medianos y pequeños acaben creando centros comunes
de enseñanza a fin de poder ofrecer una formación de calidad a oficiales y
suboficiales, lo que haría, a su juicio, más fácil en el futuro la creación de
unidades plurinacionales e, incluso, de un Ejército europeo especializado en
operaciones de gestión de crisis.
Estas propuestas no están exentas de evidentes riesgos, pues más allá de la
deseable optimización de recursos, parecen olvidar aspectos de calado simbólico,
tan caros a la milicia, sin los que un Ejército se ve privado de su substrato
histórico y axiológico. Es de desear que cuanto se plantee desde un
bienintencionado afán racionalizador no desemboque en enfoques maximalistas.
Puede que no sea el caso, pero parece que la que podríamos denominar doctrina
del ciudadano de uniforme no descansa, discurriendo desde la promoción de un
criptosindicalismo y la degradación normativa de las Reales Ordenanzas, entre
otras ocurrencias, hasta, ahora, a la comentada dilución en una estructura
burocrática -una más- multinacional. Dicho sea con el máximo de los
respetos y desde la sincera convicción de que, como no, las fórmulas de
cooperación con fuerzas aliadas son imprescindibles y merecen ser reforzadas y
perfeccionadas.
Sobre esto, y en el concreto ámbito marítimo, resultan de sumo interés sendos
artículos recientes, La Guardia Europea de Fronteras y Costas: ¿un avance
respecto a Frontex? Una valoración provisional, de CAROLINA SOLER GARCÍA,
profesora de la Universidad de Alicante (www.reei.org), y El alcance de la
cooperación entre las agencias de la Unión Europea implicadas en la seguridad
marítima, de MIGUEL ÁNGEL FRANCO GARCÍA, teniente coronel auditor (Revista
General de Derecho Europeo 44/2018). Dos aportaciones muy fundadas, en área muy
concreta, el medio marino, pero que sirven para enfatizar la necesidad
cooperativa a que hacíamos referencia.
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