Se dice que el rencor es uno de los principales motores de la historia.
También la mentira. Quien combine con habilidad ambos factores tiene muchas
papeletas para asaltar la ciudadela del poder y perpetuarse en ella. JULIO CARO
BAROJA, en su libro Las falsificaciones de la Historia, trae a colación,
en relación con la historia española, distintos ejemplos de falsificación,
orientados a reforzar determinadas bases de legitimación nacional o religiosa.
El autor, con alarde erudito, trata con benevolencia y hasta comprensión a la
mayor parte de los falsarios, de los que señala debieron ser hombres
fantásticos, entusiastas, no malhechores, pero advierte, y así concluye el
libro, que existen en la actualidad otra clase de impostores y tartufos más
peligrosos; porque no falsifican datos y hechos, sino que interpretan los
auténticos a su modo y para sus fines. Las palabras son de 1992, pero en época
de fake news y de la llamada posverdad, gozan de plena actualidad.
Abandonemos esos procelosos ámbitos, en cuanto no directamente relacionados con
lo que nos resulta propio. Pero en la historia militar, en la guerra, el uso de
la mentira ha sido siempre fundamental para confundir al enemigo y lograr bazas
para la victoria, recuérdese, a título de ejemplo, la maskirovka (engaño
militar, ruso o soviético, como se quiera). Aunque esa realidad –de fácil
inferencia en conflictos convencionales- en las sociedades abiertas que sufren
los riesgos de desafíos asimétricos o híbridos resulta muy condicionada por
imperativos legales e incluso morales a observar en época de paz. La niebla de
la guerra (CLAUSEWITZ) torna en niebla de la paz, cuando el equilibrio
libertad-seguridad puede estar en peligro o incluso quebrar. Una tentación
siempre latente.
Y si bien a raíz del 11 S y de las crecientes ciberamenazas, se observa una
pleamar de medidas sobre seguridad e inteligencia en los países occidentales, lo
cierto es que un adversario sin escrúpulos siempre utilizará medios
(intoxicaciones varias, atribuciones de falsa bandera, bulos propagandísticos…)
que las democracias no pueden replicar al mismo nivel, máxime en esta etapa post
SNOWDEN, en la que, se supone, deberán exigirse con rigor mejores controles y
garantías.
Al cierre de este número se anuncia que los EEUU abandonan el Tratado INF,
noticia de alcance que habrá que interpretar más allá de la pura valoración
bilateral, de las apariencias asequibles o fáciles. Una mirada más allá de la
colina resulta precisa, por inquietante que sea, cuando el contorno del
horizonte separa del inmenso espacio que constituye el este del este, con retos
económicos, tecnológicos y militares impensables años atrás.
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