Desentrañar las claves estratégicas del presente se antoja empresa más difícil, si cabe, que en la época decimonónica del “gran juego”. La previsibilidad relativa de los actores en presencia, que, al menos hasta 1914, convertían la partida de ajedrez en algo racional, subordinado a pautas lógicas, nada tiene que ver con el escenario actual. A analizar sus claves contribuye “El retorno del mundo de MARCO POLO”, de ROBERT D. KAPLAN (2018, con edición española de 2019), una refundición de reflexiones desgranadas desde 2001 (con preeminencia de las datadas en fechas más cercanas), que, en la senda de su anterior obra (“La venganza de la geografía”, 2012), nos abre los ojos ante el vuelco estratégico en el que estamos inmersos.
En realidad, a rasgos muy generales, una actualización de MACKINDER (el poder continental) con la variante china, desde la perspectiva norteamericana, percibida como declinante, que busca lenitivo en MAHAN (el poder naval). Una aportación inteligente, al margen de ciertos errores u omisiones -como en obras precedentes del autor- en enfoques históricos que nos afectan. La publicación es una apuesta clara por la visión realista de las relaciones internacionales, en las que el interés, por encima de moralismos simplistas, es ponderado como mejor factor estabilizador y, por ende, como retardo paradójico de los mayores niveles de conflicto.
Unos planteamientos que beben, con todos los matices que se quiera, en fuentes tan sólidas como KISSINGER, HUNTINGTON o MEARSHEIMER. Para este último, “cualesquiera que sean los principios morales en juego, siempre habrá una cuestión de poder imposible de expresar en términos de moralidad”, lo que requiere un “realismo ofensivo” en el que lo importante es no perder la iniciativa en un entorno de lucha perpetua (no de paz perpetua, en contra de visiones ingenuas que siempre chocan con la realidad), si bien bajo un prisma prudente que ante todo aspira al “statu quo”.
Obviamente, la perspectiva es norteamericana, pero con unas sugerencias y conclusiones (en resumidas cuentas, mantenerse como “hegemón” en el hemisferio occidental y evitar que surja un equivalente en el oriental) con consecuencias para nuestro continente, percibido implícitamente como territorio casi ancilar, demediado, en el que el vacío demográfico pudiera colmarse por terceros, con el problema, agregamos, de la mermada capacidad de asimilación en el troquel de valores que, precisamente, Europa ha aportado a la humanidad. Puede añadirse que si el futuro se está gestando en el corazón de Asia, con China como gran potencia emergente, resulta difícil inferir una estrategia europea clara, en cuanto dubitativa entre una subordinación absoluta a los intereses del poderoso socio trasatlántico, casi inevitable hoy por hoy en términos exclusivamente militares, y una difícil equidistancia en otros planos, no exenta de riesgos.
Europa, constituyendo el mayor espacio democrático y con mejores parámetros de bienestar del mundo, pudiera verse abocada a un rol irrelevante en el renovado “gran juego” del siglo XXI. Para evitarlo se han propuesto medidas, entre otras y desde distintas ópticas, tales como un “back to the basics” autóctono, hasta el reforzamiento real y significativo de las capacidades militares, pasando por un mayor acercamiento a los ámbitos geográficos tributarios de nuestra cultura y valores, iniciativa en la que España pudiera ostentar papel relevante. Y unas no excluyen a las otras, lo deseable sería que todas fueran de la mano.
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