Atisbaba JOHN KEEGAN (“El rostro de la batalla”), ya en 1976, que “crece la sospecha de que la batalla ya se ha abolido a sí misma”, y que “las batallas del futuro se librarán en el país de nunca jamás”. El historiador militar británico, fallecido en 2012, no pudo prever en concreto los nuevos modos de combate en los conflictos del siglo XXI, aunque su intuición resulta brillante.
Si en la Gran Guerra pueden rastrearse las pautas de la “guerra total”, no es hasta la II Guerra Mundial cuando la guerra indiscriminada muestra toda su crudeza, con la consecuencia de que las bajas de no combatientes superarán a las de combatientes, por mor de los ataques en profundidad, el empleo de la aviación en bombardeos “estratégicos” o de terror, el expolio o destrucción de bienes culturales, el desarrollo de la guerra económica hasta sus últimas consecuencias, el exterminio y el desplazamiento forzoso de grupos de población… De ahí el sólido acervo jurídico internacional de posguerra, encaminado a la interdicción de todo tipo de fechorías contra diferentes bienes jurídicos atacados o en riesgo en los conflictos.
Pero nos encontramos ante un contexto inimaginable pocos años atrás. La existencia de dos bloques enfrentados otorgaba, paradójicamente, seguridad a las relaciones internacionales (incluso el principio MAD, de tintes terroríficos), permitía saber a qué atenerse y los conflictos, de baja intensidad, se producían a modo de tanteos estratégicos en la periferia. Por el contrario, un mundo multipolar, con agentes nuevos, poseedores, o potencialmente poseedores, de armas de destrucción masiva, conforma una situación cuajada de incógnitas. Y no sólo eso, las nuevas tecnologías, antes monopolio de occidente y con Rusia/URSS a considerable distancia, son ahora de fácil disposición por un amplio abanico de usuarios, tanto sujetos de Derecho Internacional como entes transnacionales o vinculados a la delincuencia organizada.
La ciberguerra puede ser tan letal como un bombardeo convencional y encararla será uno de los retos más inquietantes de los años venideros. La etiología de los ataques será de difícil rastreo y los efectos devastadores en infraestructuras críticas. El reciente ataque con drones a refinerías saudíes se inscribe en esa lógica de uso de los avances tecnológicos con fines perversos y enmascaramiento del responsable. Además, los males generados no es descartable fueran antesala de una escalada con medios NBQ, una fuerte tentación para quien se viese en situación de desventaja desesperada. Conjúguese con la existencia de medios de combate en el espacio exterior y el concepto tradicional de batalla quedará relegado, “ad exemplum”, a operaciones especiales o a enfrentamientos puntuales postconflicto tras una ocupación de territorio. Especulaciones que deberían abrir debate en el ámbito convencional internacional.