El pasado 12 de junio se jubiló ANGEL CALDERÓN CEREZO, tras veintiún años de desempeño en la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo, los quince últimos, tres mandatos, como Presidente. Se une esa jubilación a las recientes, en el mes de diciembre, de los magistrados JAVIER JULIANI y FRANCISCO MENCHÉN, asimismo ejemplos de entrega a la jurisdicción militar y a la decantación de un “corpus” jurisprudencial de mérito y rigor.
ANGEL CALDERÓN culmina, decíamos, tres mandatos como Presidente, con una labor encomiable tanto en la Sala Quinta como en las Salas de Gobierno y del artículo 61 del Tribunal Supremo. Modelo de magistrado entregado a la causa de la Justicia, siempre desde la mesura, la lógica y el afán por un trabajo bien hecho. Tanto la jurisdicción castrense como la propia institución militar quedan en deuda. Nuestro reconocimiento más sentido y sincero, animándole a que a que su gran labor tenga continuidad en el ámbito doctrinal.
Cambiamos de tercio. Es sabido que los condicionantes de la corrección política, ligados con astutas reformulaciones ideológicas, están adquiriendo en las sociedades occidentales una dinámica cada vez más asfixiante. Como es natural, el mundo militar (entre nosotros, FAS y GC) no está a salvo en lo relativo, en lo que ahora interesa, a aproximaciones externas que desbordan estulticia o altas dosis de imaginación maligna. No corresponde ahora concretar lo que un observador objetivo puede percibir sin esfuerzo. Adviértase, una vez más, lo delicado que resulta arriesgar cuanto signifique permanencia histórica y estabilidad institucional, presupuestos de toda comunidad libre y justa. Aquí, por fortuna, en el ramo que nos concierne, rige una inteligente navegación a la capa. Confiemos no coyuntural.
Permítase una digresión literaria al hilo de aquélla corrección política y un “zeitgeist” hábilmente envenenado. Se trata de dos obras recientes, imprescindibles para, más o menos, entender lo que pasa. Dos autores, poco sospechosos de conservadurismo, BRET EASTON ELLIS (“Blanco”) y WOODY ALLEN (“A propósito de nada”), al hilo de unas memorias personales, deslizan, explícitamente o entre líneas, agudas reflexiones sobre lo que podríamos tildar de neototalitarismo que, poco a poco, se va instalando entre nosotros (en Europa, quizá MICHEL HOULLEBECQ , a su singular manera, también lo hace), en gran medida merced a la falsa democracia que redes y medios audiovisuales propician.
Fenómenos como la simplificación zafia de cuestiones complejas, la difuminación de la presunción de inocencia e incluso de la separación de poderes, la increíble resurrección del derecho penal de autor, la iconoclastia descerebrada o, en fin, la censura feroz, con merma de la libertad de expresión, de cuanto cuestione el “mainstream” cultural, conforman un panorama perturbador. Nunca, desde el fin de la guerra fría, la democracia liberal había afrontado retos tan graves.
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