Arrumbado queda el consejo del creador de la China Popular moderna, TENG SIAO PING: “Esconde tu fuerza, espera tu momento”. Ilustrativo exponente de la ancestral cultura china de la paciencia y la astucia, también reflejada en las páginas del ya bimilenario “El arte de la guerra”, de SUN TZU. Todo apunta a que nos encontramos en un escenario distinto. Veamos algunos síntomas.
Una nueva diplomacia china se va abriendo paso, como pudo verse en el choque y ulterior reacción a la reunión bilateral con EEUU en Alaska, tras la victoria de BIDEN. Un estilo más enérgico, incluso agresivo, que asimismo ponen de relieve las tajantes respuestas a cuanto el gigante oriental pueda valorar como un cuestionamiento de su posición internacional, como denotan el feroz acoso en red por los llamados “wolf warriors” chinos al académico francés ANTOINE BONDAZ o el contraataque furibundo frente a las críticas de un grupo de parlamentarios británicos. Es imaginable que los choques diplomáticos se producirán con más frecuencia de lo que era habitual, poniendo de relieve la actitud renovada de quien es consciente de su posición en el mundo.
Indicios de que los últimos acontecimientos, esencialmente los derivados de la pandemia mundial, consolidan una posición de ventaja o predominio que incluso desafía una hegemonía norteamericana hasta ahora incontestable. Y ello no sólo en términos económicos, también tecnológicos e incluso militares. Aunque sea un dato muy relativo (a ponderar teniendo en cuenta sistemas de armas, número de portaaviones y submarinos, vectores estratégicos…), la Armada china, por ejemplo, ya cuenta con mayor número de unidades a flote que la estadounidense. Es evidente que las cosas están cambiando sustancialmente. Puede que no sea una buena noticia, en términos de estabilidad internacional y superioridad moral del paradigma democrático occidental.
Sin pretender ser agoreros, viene a la memoria una de las reflexiones finales de la visión huntingtoniana (“El choque de civilizaciones”, 1996) de lo que nos aguarda en los próximos años, en concreto una grave crisis en el mar de China, surgida en uno de los archipiélagos allí existentes, parte del “collar de perlas” que la geoestrategia de la potencia asiática pretende consolidar orillando el Derecho Internacional Marítimo. Abunda en esa percepción el reciente libro del almirante STAVRIDIS, antiguo jefe del mando europeo de la OTAN, dibujando una inquietante distopía bélica originada en la misma región.
En cualquier caso, es de ver un estruendoso regreso de la geopolítica, propiciado por el protagonismo creciente de China en todo el orbe. Afrontamos un “Gran Juego” del siglo XXI, en el que, por desgracia, Europa puede verse relegada a un papel secundario. Los nodos estratégicos se trasladan al continente asiático, con China y Rusia en el eje decisivo (aún con grandes diferencias de peso específico entre ambas potencias), como acertadamente ha sugerido KAPLAN (“La venganza de la geografía”, 2017). Como lenitivos, en este complejo trance para Occidente, serían aconsejables el refuerzo del vínculo trasatlántico (de cuya necesidad España ha tenido amarga confirmación en hechos recientes), la decidida apuesta tecnológico-militar y una inteligente atemperación de las tensiones en el este europeo (esto último quizá la cuadratura del círculo). Sin olvidar la importancia de la facilitación, en la medida de lo posible, de una corresponsabilidad en las relaciones de poder entre los diferentes actores, lo que no debiera suponer abdicar, claro está, de los principios básicos que informan e inspiran nuestra civilización.
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