Termina un año de gran complejidad, con nubarrones económicos y problemas de variado cariz que mueven a inquietud al observador menos avisado. El virus que no ceja, episodios de guerra híbrida, rearme acelerado en áreas cercanas, crisis de componentes, encarecimiento energético... Un panorama nada bonancible.
Por si fuera poco, estudios estratégicos fiables advierten sobre la guerra fría que se libra en el espacio Asia-Pacífico, sin descartar una escalada que conduzca a situaciones de difícil control. Hasta hace pocos años, Pekín adaptó su proyección internacional a la conocida máxima del padre de la China actual, DENG XIAOPING, “ocultar capacidades y esperar el momento”. Una navegación en inmersión que ha terminado con XI JINPING. China reclama sin complejo alguno no sólo las zonas de interés cercano, también un rol de vanguardia en momento de relativo declive de la potencia hasta ahora dominante.
Pero conviene recordar algo que a menudo se olvida, y es que Pekín nunca mostró pudor en el uso de la fuerza, como muestran sus acciones en Corea (1950), Tibet (1950), India (1962), Ussuri (1969), Vietnam (1979) y Spratley (1988), o los amagos al límite de la guerra con Taiwan (1954-55, 1958, 1995-96…). Eso ha ocurrido en su etapa de contención internacional y respecto de espacios que considera su “hinterland” inmediato, por lo que es lógico genere preocupación lo que pueda ocurrir con una potencialidad tecnológico-militar abrumadora como la que en el presente se exhibe.
Entra en crisis el sistema de equilibrios que hasta ahora conocíamos. Confiemos en que la razón y los intereses cruzados contribuyan a la mayor estabilidad posible. Bucear en la historia no es tranquilizador, pero ponderar las interrelaciones comerciales, salvo un cataclismo económico, puede ayudar a atemperar la percepción de las cosas. Feliz Navidad para todos y que 2022 resulte propicio.
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