Exequias y boato en Reino Unido ponen de relieve la importancia del ceremonial como argamasa nacional o grupal. Mueve a reflexión en nuestro país, antaño dicen que ritualista, hogaño cada vez más iconoclasta.
Según el historiador marxista británico de origen judío, ERIC HOBSBAWN, muchas tradiciones, en gran medida, son inventadas por las élites para mejor apuntalar la nación de la que son rectoras, consideración que se corresponde con la reseñada actualidad británica, traducida en una abrumadora exhibición de “soft power”, que no puede menos que envidiarse.
Si la liturgia áulica inglesa procede de la segunda mitad del siglo XIX, la prosopopeya republicana francesa, como mucho, de tiempos napoleónicos, y las galas y solemnidades estadounidenses tampoco, lógicamente, pueden presumir de antigüedad, nuestros usos y tradiciones, tanto militares como monárquicas, gozarían de mayor veteranía, aunque hayan sufrido modificaciones y adaptaciones a lo largo del tiempo, no siempre afortunadas.
En el mundo castrense esto es especialmente importante, al constituir las Fuerzas Armadas la “ultima ratio” del Estado (artículo 8 de la Constitución) y sus componentes han de defender España “incluso con la entrega de su vida cuando fuere necesario” (artículos 3 de las Reales Ordenanzas y 6.1 de la Ley Orgánica 9/2011). Para eso resulta esencial salvaguardar “historial, tradiciones y símbolos” (artículo 23 de las Reales Ordenanzas) y sentirse depositario de la “tradición militar española” (artículo 21 de las Reales Ordenanzas). Esto es, no se entiende el cumplimiento de altas misiones y unas gravosas cargas personales sin el respaldo de la historia y de los ritos que la simbolizan.
Para la imagen y cohesión nacionales, cultivar la simbología y la liturgia en las instituciones nucleares es imprescindible. No es sólo necesario para su percepción como representación de un devenir histórico, también como expresión de todo un país con sólidos y profundos anclajes. Tomemos nota.
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