Acaba de
publicarse en español “La máscara del mando”, de JOHN KEEGAN. Escrito en 1987,
en los estertores de la guerra fría, el libro analiza, a través de cuatro
personajes históricos –ALEJANDRO, WELLINGTON,, GRANT y HITLER- las diferentes
formas de ejercer el liderazgo en la batalla. Concluye con una reflexión sobre
el mando en la época nuclear, no olvidemos que el texto apareció en pleno auge
de la destrucción mutua asegurada (MAD) y de la iniciativa de defensa
estratégica (IDS). Concluye dibujando una suerte de posthéroe, cuya acción
estará guiada por la prudencia y la racionalidad, que, dados los efectos
devastadores e irreversibles de un conflicto nuclear generalizado, encamine su
política más a evitar la guerra que a ganarla.
De ahí que el
autor destaque en ese escenario nuclear –anterior a la caída del muro,
insistimos- que los procedimientos tradicionales por los que el jefe justificaba
que sus subordinados compartieran riesgos a los que él abocaba –cultivo de una
sensación de afinidad, el uso de la sanción, la fuerza del ejemplo, el poder de
la prescripción y el recurso a la acción- entrasen en crisis, pues ya no se
trataría de ofrecer un ejemplo heroico, todo lo contrario, las grandes
decisiones se encaminarían a no desatar un conflicto que llegara a las últimas
consecuencias, en el que todos pierden, propios y enemigos, civiles y militares.
Aunque las
cosas han evolucionado estos últimos veinticinco años, de suerte que
probablemente KEEGAN, fallecido en 2012, de reescribir el libro, es posible
matizara sustancialmente sus conclusiones finales, vinculadas a una situación
muy concreta y ceñidas al ámbito de las grandes decisiones estratégicas. Los
conflictos de carácter limitado, incluidos los de naturaleza asimétrica, no
relegan definitivamente al baúl de los recuerdos el liderazgo de corte clásico.
Además, teniendo presente la diferenciación entre lo puramente estratégico y el
plano táctico –dualidad que a veces está presente en las páginas del libro-, lo
cierto es que en la segunda esfera existe una vigencia palmaria, inferencia
basada en la necesidad y la lógica más elementales.
Nuestras
Reales Ordenanzas dedican su Título III (artículos 53 a 82) a “la acción de
mando”, fundando el liderazgo en el “ejemplo, preparación y capacidad de
decisión” (art. 54), subrayando la “capacidad de decisión, iniciativa y
creatividad” (art. 60), el “ejercicio de la autoridad” con “firmeza, justicia y
equidad”, manteniendo “órdenes con determinación” (art. 61), debiendo ser
“prudente en la toma de decisiones” (art. 62), razonando “en lo posible” las
órdenes (art. 63), motivando a los subordinados (art. 70), etc.. Pautas
coherentes con lo que indicábamos, en cuanto la guerra convencional no ha
perdido vigencia y cualquier especulación sobre un enfrentamiento ilimitado con
armas de destrucción masiva no permite descartar las de tipo limitado. Cierto es
que en la actualidad el plano estratégico tiene un marcado sesgo político en
las sociedades democráticas, como no podía ser de otra manera, carácter muy
alejado del ejemplo heroico de un ALEJANDRO combatiendo al frente de sus
falanges.
Pero el cabal
ejercicio del mando militar, enderezado al cumplimiento de directrices políticas
superiores, es cuestión insita a todos los empleos castrenses, patente tanto en
una modesta decisión táctica como en una compleja orden de estado mayor, tanto
en el pelotón como en la gran unidad. En definitiva, el liderazgo en la milicia,
a día de hoy, no se aparta radicalmente de las pautas tradicionales, si bien con
la modulación que exigen el respeto de los derechos humanos, el acatamiento de
cuanto el nivel político determine y la plena subordinación al Derecho. El
ejemplo, la templanza, la irradiación de valores y actitudes, la motivación de
los subordinados y el uso razonado de la compulsión, es inimaginable puedan
pasar a mejor vida en la urdimbre castrense, donde la jerarquía y la disciplina
son principios consustanciales.
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