Dos magníficas películas sobre el mundo militar han obtenido recientemente éxito merecido en audiencia y crítica, al margen de los discutibles criterios de la Academia hollywoodiense, “El oficial y el espía” (ROMAN POLANSKI) y “1917” (SAM MENDES). La primera aborda el caso DREYFUS, por lo que puede encuadrarse en el género de los juicios militares (“Sargento negro”, “El motín del Caine”, “Senderos de gloria”, “Algunos hombres buenos”…).
“El oficial y el espía”, en la que cabe advertir una elipsis sobre los problemas judiciales del propio director, refleja descarnadamente un error judicial que va más allá del trato dispensado por la justicia militar a ALFRED DREYFUS, pues un tribunal civil es el que falla contra el propio ZOLA por su “j’accuse”. La cinta es crónica esmerada de una injusticia que dividió profundamente a la sociedad francesa, una quiebra que el país vecino enjugó y superó con cierta habilidad, tal como ha hecho en relación con otros episodios nada edificantes de su historia.
“1917” es cine bélico puro y duro. Salvo errores muy insignificantes, supone una reconstrucción histórica técnicamente abrumadora, que engancha al espectador desde el primer instante. El tan comentado plano-secuencia (con un pequeño truco en el medio) probablemente pasará a los anales del cine. Como siempre, el mundo anglosajón, a pesar de alguna crítica al mando o mostrar lo horripilante de la guerra, salva y enaltece el espíritu británico, como en “Dunkerque” (CRISTOPHER NOLAN), “El instante más oscuro” (JOE WRIGHT), “Master and Commander” (PETER WEIR), la serie “The Crown” y tantas otras producciones.
Una envidia para quienes estamos acostumbrados a padecer ridículos ejercicios de autoodio. No se entiende que un país que fue hegemónico durante casi dos siglos, mantuvo un imperio ultramarino por más de tres, contara con estructuras de Estado ya en el siglo VI o forjase con enorme esfuerzo los límites del mundo occidental, no cuente con una filmografía a la altura (descartado el cartón piedra de Cifesa), sólo subproductos que no merecen la más mínima consideración.