Desfile militar en la Fiesta Nacional. La encarnación simbólica
de un caudal histórico, el instrumento armado de la nación arropado
por el pueblo al que sirve. Un compromiso periódicamente renovado, expresión
de permanencia en tiempos complejos, que ni los visajes de lo contingente o las
novedades pintorescas debieran empañar. No está de mas recordar
las palabras de ORTEGA: "Lo importante es que un pueblo advierta que el grado
de perfección de su Ejército mide con pasmosa exactitud los quilates
de moralidad y vitalidad nacionales. Raza que no se siente ante si misma deshonrada
por la incompetencia de su organismo guerrero, es que se halla profundamente enferma
e incapaz de agarrarse al planeta".
Sentada esa profunda relación entre la sociedad y sus Ejércitos
como un "deber ser", la observación topa con la total profesionalización
y con las pautas sociales vigentes. En relación con el primer aspecto,
conviene recordar que si SPENCER opuso al "espíritu guerrero"
el "espíritu industrial", optando por éste en razón
a su vinculación con el progreso, ORTEGA, por contra, afirma la superioridad
de la ética del guerrero, nacida del entusiasmo, no de la pura utilidad
("En la colectividad guerrera quedan los hombres integralmente solidarizados
por el honor y la fidelidad, dos normas sublimes"), concluyendo que las organizaciones
militares contemporáneas representan una decadencia del espíritu
guerrero, pues "en cierto modo, el militar es el guerrero deformado por el
industrialismo", e incluso, de forma aún mas descarnada, que "el
militar es un industrial armado, un burócrata que ha inventado la pólvora".
Es posible que nuestro pensador, en la hora presente, a la vista de los avances
tecnológicos, de las características de la tropa y aún de
los propios cuadros de mando, abundara en la misma reflexión, incluso acentuando
sus perfiles mas críticos. Pero permítasenos una osada apostilla:
al margen de una base axiológica que ha de cultivarse, por integrar el
espíritu irrenunciable de una institución, lo cierto y verdad, construcciones
literarias o intelectuales al margen, es que la voluntad de servir y de vencer
sólo obtiene virtualidad en organizaciones modernas, dotadas de los mejores
medios técnicos y con elevadas exigencias de especialización. Puede
resultar hasta fácil esa armonización entre modernidad, tradición
y valores si existe un criterio decidido al respecto, una recta inteligencia de
lo que la milicia significa para un país que merezca un puesto honroso
en el concierto de las naciones.
Ahora bien, hay condicionantes que pueden convertir la pretensión en una
quimera. Si los mecanismos de reclutamiento, incluso acudiendo a soluciones
de emergencia, fallan en su vertiente cualitativa, olvidando que lo importante
no es el número, sino el valor de lo que se capta y encuadra, o si los
resortes psicológicos colectivos discurren por derroteros degradados, en
los que cualquier claudicación o mensaje pueden tener asiento y los rasgos
culturales dominantes son extraños a los fines y principios perseguidos,
se presenta un horizonte de tintes sombríos.
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