¿Existe un estilo propio de "lo militar"? Toda profesión, al margen de los conocimientos específicos, comporta una forma de enfocar, consciente o inconscientemente, el entorno. En ello, según los ámbitos, existe una gradación, que en la perspectiva castrense suele adquirir niveles máximos, derivados de la formación, la singularidad de la función y el régimen jurídico interno. Sin necesidad de remontarse al Código del Bushido o a las reglas de la caballería medieval, en nuestras Reales Ordenanzas, a pesar de la evolución técnica y social, se pueden rastrear elementos permanentes, sin los que es imposible comprender la institución militar.
Se ha subrayado en esta Revista, con insistencia, la necesidad de preservar un código moral, encarnado en las Ordenanzas, cuyo tratamiento por la Ley de la Carrera Militar hemos considerado cuando menos discutible. Si se pretende elaborar unas nuevas, resulta de interés que no se pierdan, en aras una mal entendida adaptación a los tiempos, valores o conceptos reflejados en textos interiorizados por generaciones de militares españoles. El legislador de 1978 ya hizo un esfuerzo muy loable por no perder la continuidad histórica, reproduciendo enunciaciones de las Ordenanzas de CARLOS III que en nada resultaban supérfluas dos siglos después.
Ese mismo criterio conviene presida la refundición y adaptación que se anuncia. Existe un contínuo desde las Ordenanzas que, en nombre de FELIPE II, promulgó ALEJANDRO DE FARNESIO para los ejércitos de Flandes (1587), las de la Armada, de FERNANDO VI (1748), las del Ejército, de CARLOS III (1768), aplicables a la Armada desde 1769 en lo que fuesen compatibles con las suyas propias, y las de JUAN CARLOS I de 1978, todavía vigentes en parte, aunque rebajadas de rango normativo salvo en algunos aspectos relativos al ejercicio de derechos. Presérvese el hilo conductor. Sin raiz no hay presente ni futuro.
Pero volvamos al estilo, algo indefinible pero entreverado en aquel armazón moral. Es evidente que una profesión vinculada al monopolio legítimo de la violencia y en la que la entrega de la propia vida en aras a un fin superior es algo aceptado como consustancial, tiene unos rasgos más que singulares. Esto se ha plasmado tradicionalmente en una educación rigurosa, en la que priman factores de interiorización de valores como la disciplina, la caballerosidad, la obediencia y el patriotismo. Tal formación es factor de igualitarismo, en cuanto favorece un distanciamiento del origen social o geográfico, conformando un modelo de vida especial, que incluso perdura tras el tránsito desde el antañón "soldado heroico" al moderno "soldado organizador", que por utilizar técnicas de vanguardia o formar parte de una burocracia no deja de tener presentes las fuentes de su legitimación funcional. Militar en la unidad y fuera de ella, en el servicio y fuera de él. Aunque la evolución de las cosas empuje en otra dirección, ese "esprit de corp" cristaliza en el compañerismo, el cultivo del honor y del espíritu de sacrificio e incluso en un especial temple altruista.
También conforma el estilo un cierto sentido deportivo de la existencia. Recordemos la humorada trágica de la comunicación de FOCH a JOFFRE en plena batalla del Marne, en 1914: "A mi derecha se ejerce una fuerte presión, a mi izquierda se baten en retirada, el centro está sucumbiendo, resulta imposible maniobrar, la situación es excelente, voy a atacar". O la otra de un piloto de la RAF al oir a CHURCHILL ("nunca tantos debieron tanto a tan pocos"): "Creia que estaba hablando de nuestra cuenta en el casino de oficiales".
La ligazón entre estilo y ética, como rasgo institucional, no debiera lastrarse. En el Ejército más poderoso del mundo no existe la menor duda de que asimilaciones incondicionadas o poco meditadas al resto de la función pública no generan excesivo beneficio. De lo que se trata es de estar preparados técnicamente, pero con moral y orgullo de pertenencia. En otras palabras, la difuminación de cuanto determina la justificación, una formación vulgarizada o las desnaturalizaciones funcionales en nada contribuyen al reforzamiento de la última garantía de una sociedad democrática. Por eso puede que la línea esencial de esta reflexión se deslice, por desgracia, hacia el ámbito del deber ser.