Informa la Revista General de Marina que el día 20 de febrero, a las 0326TMG, el crucero USS "Lake Eire" (CG 70), de la Armada de los Estados Unidos, disparaba en aguas próximas a Hawai un único misil Standard SM-3 modificado, alcanzando el satélite L21, inoperativo y fuera de su órbita, con riesgo de caer sobre la tierra. El satélite estaba a 247 kilómetros sobre el Pacífico y a una velocidad de 27.400 km/h. Su depósito contenía 453 kg. de hidracina, un peligroso producto. El impacto fragmentó en infinitos trozos el tanque de combustible y su contenido. Los restos, de pequeño tamaño, desaparecieron por combustión al entrar en la atmósfera.
Pocos dias después, el 4 de marzo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dicta una sentencia ("Tastan contra Turquía") que muestra un supuesto curioso. Se refiere a un pastor kurdo de 71 años, analfabeto y desconocedor del turco, que contrajo matrimonio con una mujer joven y que entonces pasó a cuidar a sus hijos pequeños. Inopinadamente, fue entonces obligado a prestar el servicio militar y a realizar un fuerte entrenamiento físico durante un mes, al igual que jóvenes de 20 años. A resultas de tales excesos tuvo que ser hospitalizado. La ley turca no prevé un límite superior de edad para cumplir el servício militar, aunque establezca que a partir de los 35 se deben prestar servicios secundarios. El TEDH afirma que el Gobierno turco no da una explicación satisfactoria de los serios malos tratos a la integridad física, y que no es de recibo argumentar que, como el interesado no habla turco, no pudo referir sus dolencias a los servicios médicos. Se resuelve que los hechos constituyen un maltrato particularmente doloroso, en el sentido previsto en el artículo 3 del Convenio Europeo de Derechos Humanos de 1950, una humillación de la dignidad derivada de un sacrificio más allá de lo que puede exigirse a cualquier hombre en la prestación del servicio militar.
La primera noticia ilustra los avances técnológicos que caracterizan los medios de combate modernos. Una asombrosa técnica de vanguardia, imprescindible en los Ejércitos del siglo XXI. Aguardan innovaciones insospechadas. Quien no asuma el reto o pretenda orillar la realidad allanará el camino de la vulnerabilidad o de la subordinación más absoluta a imperativos ajenos. Por contra, la Sentencia parece traernos ecos pretéritos, en los que la institución militar queda ensombrecida por concepciones rigoristas o trasnochadas, impropias del tiempo presente. El respeto a los derechos humanos ha de ir de la mano de la renovación técnica. Es uno de los pilares de la fuerza moral de un Ejército.
Pero no todo es tan simple, ni los EEUU, por mejores elementos técnicos que posean, son siempre paradigma en la deseable juridificación de las cosas, ni las Fuerzas Armadas turcas un factor esencialmente retardatario, cuando históricamente, desde su raíz kemalista, han sido el valladar de la laicidad y de la modernidad frente al islamismo radical. Hay zonas grises. Toda institución que se precie ha de combinar la adaptación a los tiempos con el respeto y la fidelidad a sus bases fundacionales o históricas. Sin tal conjugación devendrá en mero aparato burocrático sin alma.
Por eso, la modernización tecnológica en el ámbito castrense no debiera abandonar aspectos que por tradicionales no dejan de ser imprescindibles: patriotismo, código moral, régimen jurídico singular y respeto de la legalidad nacional e internacional. Además, quien no conoce la raiz de su justificación o no cree en los valores que han de inspirar su función con toda probabilidad no merezca responsabilidad alguna, por muy complejos o ultramodernos sean los sistemas de armas puestos a su disposición. Un organizador o planificador inteligente, en pleno fragor de las revoluciones nanotecnológica y telemática, no pierde de vista las referencias, esos rescoldos del espíritu que sin duda merece la pena salvar y reavivar.