El 19 de julio pasado se cumplieron dos siglos de la batalla de Bailén, efemérides celebrada tímidamente, sin la relevancia que merece. Que las historiografías francesa o británica la omitan no sorprende, si se tiene en cuenta que el Arco del Triunfo parisino, curiosamente, la recoge entre las victorias napoleónicas, o que los anglosajones denominen Guerra Peninsular la que nosotros conocemos como Guerra de la Independencia, haciendo únicamente énfasis en la intervención de la fuerza expedicionaria británica. Esto, que refleja un parcial o exacerbado interés en lo propio, contrasta con la ignorancia, olvido u ocultamiento entre nosotros de todo lo que mueva a orgullo o al reforzamiento de elementos comunes.
Recientemente, con motivo de un éxito deportivo, para muchos pareció que el fluir, profundo y misterioso, de un caudal histórico seguía vigente. Quizá una visión excesivamente optimista, basada en una circunstancia feliz pero accidental, que con prontitud puede ofrecer su carácter mas contingente, por no constituir mas que destello fugaz surgido del empeño de los "mass media". Inquiérase sino a la gran mayoría de los alborozados sobre cultura, geografía o historia españolas, sobre su grado de adhesión a una idea nacional común.
Melancolías o dudas al margen, no corresponde ahora analizar la brillante maniobra de CASTAÑOS y de REDING, la inteligente conducción política de SAAVEDRA o los errores de DUPONT en la primera derrota en campo abierto del hasta entonces invencible Ejército Imperial. Basta remitirse a los textos canónicos al respecto: MOZAS, VELA, DE HARO MALPESA, MARTINEZ RUIZ o MORENO ALONSO. En todo caso, advertir, a la vista del conocido cuadro de CASADO DEL ALISAL, de evidente inspiración en la velazqueña Rendición de Breda, sobre dos cuestiones de interés. De una parte, en la condición simbólica de la batalla, un factor de reafirmación nacional al nivel de Valmy, Saratoga o Sedán, que se produce sobre una realidad histórica previa.
Ese "prius" es el que claramente tiene en cuenta nuestra Constitución, tanto en su Preámbulo ("La Nación española...en uso de su soberanía...") como en su articulado -"La soberanía nacional reside en el pueblo español"(art. 1.2); "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española"(art.2)- y remite claramente a un único titular de la soberanía: el pueblo español en su integridad. No resulta ocioso recordarlo, dadas las circunstancias del presente.
Una segunda reflexión nos asalta. La representación pictórica, sin duda una visión mitificada, evoca una virtud tradicionalmente objeto de devoción en el mundo de la milicia, el honor. En ella está presente el trato caballeroso al vencido (orillemos ahora los posteriores y lamentables hechos de Cabrera), en una figuración ejemplar. Ya hemos comentado otras veces el singular trato que la Ley de la Carrera Militar procura a las Reales Ordenanzas. En las futuras, aun rebajadas a mero rango reglamentario, es de suponer que el sentido del honor tenga cabal acomodo. Confiemos en ello. No sólo es imprescindible el cumplimiento de las reglas contempladas en el Derecho para un recto proceder del militar, ha de forjarse, además, una manera de ser y de enfocar las cosas, enhebrada en un código axiológico interiorizado desde el primer instante de la formación castrense.