De enero a diciembre de 1916, nada menos, se libra la batalla de Verdún. Lo mejor de las juventudes alemana y francesa combate con saña por espacios mínimos de terreno bajo interminables turbiones de fuego y acero. En el conjunto de los dos bandos, setecientas mil bajas, entre ellas doscientos mil muertos, y eso en un cálculo prudente.
Verdún, 24 de junio de 1979. En un acto común de excombatientes intervienen HENRI AMBLARD, por parte gala, y ERNST JÜNGER, por la alemana ("Alocución en Verdún"). JÜNGER, tras inclinarse ante los caídos, recordar su conocido -y fugaz- paso por la Legión Extranjera francesa y reflexionar sobre los cambios que desde 1916 ha sufrido la técnica bélica, afirma:
"Permítanme que saque una conclusión: ha pasado el tiempo de la enemistad entre nuestros dos pueblos, una enemistad para la que nos educaron desde muy pronto. Yo nunca he aceptado esa enemistad. Es cierto que la persona singular no puede sustraerse a los grandes conflictos y que, obviamente, participa en ellos con los suyos y entre los suyos. Siempre es posible preservar la simpatía, como ocurrió entre FEDERICO EL GRANDE y VOLTAIRE, aunque hoy eso resulta más dificil que en el Barroco. Adversaire, si lo ordenan las circunstancias, pero no ennemi. Agon, pero no polemos". Concluye expresando que "los humanos aprendemos poco de la historia", aunque "de todos modos parece que ahora en nuestro caso se ha logrado un modelo" y hace un llamamiento a la concordia.
Con la perspectiva que facilitan el paso del tiempo, la común matriz europea y los procesos de integración continental, la percepción que queda es la de un acto derivado de una contienda que en 1979 ya se vería como civil, un lenitivo del desgarro fraterno producido años atrás. Quizá la misma impresión que se tiene en Estados Unidos cuando se recuerda la guerra de secesión: un sangriento punto de partida en el que vencedores y vencidos ganan, en cuanto se consideran parte de un todo, tienen muchas más afinidades que diferencias.
Lo contrario mueve a la esterilidad, cuando no a viejos errores. Son nefastos los derroteros que cabe augurar a las sociedades que hocen en el rencor y el resentimiento, o jueguen irresponsablemente con los lazos que teje la Historia. Quienes mejor lo saben son quienes, como aquéllos viejos soldados de Verdún, han sufrido en primera persona los rigores del combate. Unas generaciones prácticamente extinguidas. Y entre nosotros también. |