¿Sólo fútbol? Puede que no. Un sentimiento aflora de la forma más insospechada. De hecho ya ocurrió con otro éxito deportivo hace dos años. No obstante, en un pais con derivas tan singulares como el nuestro, cualquier expresión de patriotismo o de orgullo colectivo genera perplejidad. Será por falta de costumbre o porque la realidad social discurre por derroteros distintos de los comunmente aceptados. Difícil sustraerse al "wishfull thinking", a espejismos reñidos con una ponderación desapasionada de las cosas. Ya veremos.
Este año se inician en la América hispana las conmemoraciones del bicentenario de los procesos de independencia, iniciados en 1810 y culminados quince años después. Desde el punto de vista militar, resulta de interés llamar la atención sobre una circunstancia poco conocida, la relativa a los escasos medios utilizados en la salvaguardia de un territorio inmenso, que permanece unido a la metrópoli, sin muchos problemas, tres largos siglos. Sólo se entiende con un poder naval suficiente y eficaz, como pone de relieve el profesor AGUSTÍN RODRÍGUEZ GONZÁLEZ en su libro "Victorias por mar de los españoles". Pero esto, por si sólo, no lo explica todo.
Y es que, si se estudia la emancipación, se advierte que lo que se desencadena en 1810 no es más que una guerra civil entre hermanos. Esa inferencia aflora en dos libros recientes, tan recomendables como distintos en sus presupuestos: "Naciones de rebeldes" (MANUEL LUCENA GIRALDO) y "Españoles que no pudieron serlo" (JOSÉ ANTONIO ULLATE FABO). Una adhesión inmensamente mayoritaria a la Corona y a España quiebra abruptamente en poco tiempo merced a titubeos institucionales aprovechados por una hábil intervención externa, que utiliza vicariamente a elementos significativos de la élite criolla. En contra de lo que se sostiene interesadamente, las masas indígenas o mestizas tienen protagonismo muy relativo, incluso en muchos casos constituyen el grueso de la tropa realista.
La contienda fratricida cuenta con episodios de suma crueldad, como la ejecución sumaria de LINIERS, pero también con escenas caballerescas tales como la tregua entre familiares previa a la decisiva jornada de Ayacucho o el Tratado de Tantauco entre la naciente República de Chile y los últimos defensores de Chiloé. Pero volvamos a los tres siglos anteriores. Mueve a reflexión el dato antes indicado sobre la limitada presencia castrense al otro lado del Atlántico. No es sólo la vinculación de la población a España - a título de ejemplo, BLAS DE LEZO no hubiese rechazado a VERNON sin el apoyo entusiasta de milicias locales - la que lo permite, asimismo, y al margen del despligue naval que apuntamos, la inteligente asignación de recursos y ubicación de fortificaciones que en el siglo XVIII se combina con una renovada organización de naturaleza regimental.
Quiere esto decir que, en situaciones de comunión sentimental, la fuerza militar, si está bien pertrechada y organizada, no precisa de grandes números. Ello está ligado, lógicamente, a una conciencia colectiva, a la adhesión y aceptación de las tradiciones, leyes y fe que se trasplantaron desde la península. Cuestión distinta son las razones del desmoronamiento del edificio en breve espacio de tiempo. A la invasión napoleónica se aparejan errores de cálculo, traiciones impensables, injerencia foránea y, si se permite, la inclinación, tan humana, de "explotar directamente la finca", sin el estorbo de poderes limitativos o moderadores. Resulta difícil resistirse al establecimiento de correlaciones con tiempos y lugares más cercanos.
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