Celebración del 12 de octubre. Se ha dicho, como si de algo positivo se tratara, que este año ha sido "más civil que militar". Para muchos, un guiño ideológico harto desafortunado. En todo caso, compele a reflexionar sobre el papel de las Fuerzas Armadas en la Fiesta Nacional. No es que un desfile o los honores a la bandera o a los caídos constituyan actos militares sin más, lo relevante es que los símbolos y la representación de la esencia nacional en gran medida descansan en la institución militar, como depositaria de un legado histórico secular.
Es algo que también es posible atisbar en la Corona y en ciertos aspectos -por desgracia cada vez más limitados- del desenvolvimiento de otros elementos estructurales del Estado. Por eso no es dable alardear de tal dicotomía entre lo civil y lo militar, cuando de lo que se trata, nada más y nada menos, es de expresar, con la solemnidad requerida, los vínculos con todo lo que fuimos y somos, de cuanto refuerza una vocación de permanencia. Otra cosa son las diferencias jurídicas o funcionales que obviamente perfilan los distintos planos en una sociedad democrática. Salvo alguna orientación militarista muy residual, nadie lo pone en duda. Pero, por lo que se ve, en el margen adverso la percepción es igualmente errónea, o, en el mejor de los casos, simplemente ignara de las claves esenciales.
Buena noticia ha sido la asociación de España al llamado escudo antimisiles, con un papel relevante en el futuro despliegue. Un éxito político transversal, lo que no deja de ser altamente satisfactorio en los tiempos que corren. Cierto es que las cuestiones propias de las relaciones exteriores y de defensa tienen una dinámica compleja, con aspectos ocultos o más o menos enmascarados, que lógicamente son ajenos a las escenificaciones. Pero se hace poca pedagogía social ofreciendo como única ventaja los efectos estrictamente económicos del acuerdo. Lo material no ha de desdeñarse, pero en un país con niveles manifiestamente mejorables de cultura de defensa y ya entrados en el siglo XXI, es hora de mostrar sin complejos cuales son las amenazas reconocibles y el beneficio de la lectura que verificarán terceros. Sería, por otra parte, una ligereza incluir en este rubro de noticias favorables el final del conflicto libio y, en nuestro ámbito inmediato, el comunicado de una gavilla de malhechores. Tiempo al tiempo, entre "sharía"en un caso y lombrosianas muecas victoriosas en el otro.
Dos lecturas, ambientadas en el campo de batalla, muy recomendables para observar como empieza o termina una época, según se mire. El final del siglo XIX en "La belleza y el dolor de la batalla" (PETER ENGLUND) y los albores del XXI en "Guerra" (SEBASTIAN JUNGER). Sendas miradas al teatro bélico, en la Gran Guerra y en el Afganistán actual. La primera caleidoscópica, a través de veinte personajes reales, la segunda un clásico "empotramiento" en un remoto valle afgano. En común, la descripción de lo mejor y lo peor de las personas en guerra, heroísmo, miedo, sacrificios, horrores y miserias de toda clase.
Diferencias, lógicas, en lo tecnológico. Llamativas en el enfrentamiento masivo, con combatientes reconocibles, en un caso, y el limitado y difuso en el otro, propio de la guerra asimétrica. Un hilo invisible entre ambas miradas: el ineludible factor humano, ese que desbarata todo determinismo y en última instancia es la clave de la victoria o la derrota. El material y la logística son casi determinantes, casi decisivos, pero las personas concretas, sea mandando, sea ejecutando lo mandado, lo son plenamente. |