En agosto se cumplirán cien años del comienzo de la Gran Guerra y en septiembre setenta y cinco del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Cabe advertir una continuidad entre una y otra, en cuanto la Segunda tiene sus raíces en la Primera. Lo cierto es que en 1914-1918 quiebra un cierto orden primordial o tradicional cuando desaparecen los imperios alemán, austrohúngaro, zarista y otomano y se atisba la irrupción imparable de un nuevo actor hegemónico al otro lado del Atlántico. A esto se agrega el cierre en falso de las consecuencias de la hecatombe.
Es momento, aprovechando la primera efeméride, para el lanzamiento de numerosos libros históricos (CANALES y DEL REY, MAC MILLAN, HOWARD, HASTINGS, ARTOLA...), sin olvidar otros que han devenido en clásicos (TUCHMAN, KEEGAN) o que injustamente han pasado casi desapercibidos, no obstante su valiosa aportación a una visión de conjunto sobre los hechos (ENGLUND). Pero la literatura a veces revela claves profundas que no siempre la ciencia histórica es capaz de captar, o lo hace superficialmente. Siendo sobradamente conocidos JÜNGER, REMARQUE, HEMINGWAY, CÉLINE, CHEVALIER o el siempre estremecedor poema de MAC CRAY, resultan también imprescindibles ROTH, LERNET-HOLENIA, BROCH, MUSIL y ZWEIG a la hora de reflejar la íntima esencia de un cataclismo histórico que demuele certidumbres antañonas, pero que habian sido conciliables con la revolución científica y tecnológica manifestada en el XIX. El "Finis Austriae" como metáfora.
Aventados sin piedad esos vestigios, el hombre queda solo, inerme, en un vacío del que se desconoce qué o quién colmará. En ALEXANDER LERNET-HOLENIA puede expresarse en la angustia por salvar al menos los símbolos de un universo en extinción ("El estandarte") o en la crudeza del mundo espectral resultante ("El barón Bagge"), en JOSEPH ROTH en la deriva de una familia trasunto de toda una sociedad ("La marcha Radetzky") o en un objeto que refleja los equilibrios del viejo orden finiquitado ("El busto del emperador").
Y de aquellos polvos, los lodos de una sucesión interminable de conflictos civiles, más o menos virulentos (Finlandia, Rusia, Alemania, Hungría, Italia, Portugal, China, España...)-véase sino "La Europa revolucionaria" de STANLEY G. PAYNE-, en el corto espacio de veinte años, que desembocan en la traca final, una Segunda Guerra Mundial que ya remueve los cimientos del orden mundial, una vez que lo fueron en la Primera los puramente europeos, los forjados, primero, en Westfalia, y, después, en el Congreso de Viena. Podemos preguntarnos si Europa queda entonces irreversiblemente postergada a un papel secundario y debe resignarse a ese rol.
El peso económico o la gestualidad axiológica son insuficientes para ejercer influencia si no se acompañan de esfuerzos significativos en el ámbito de la seguridad. Cuando se suceden acontecimientos que recuerdan la crisis de los Sudetes de 1938 (Abjasia, Osetia del Sur, Crimea...), África adquiere importancia creciente en el interés europeo y la visión estratégica prevalente norteamericana parece desplazarse hacia la región Asia-Pacífico, resulta meridiano que el Viejo Continente debería incrementar sus capacidades y mostrar voluntad real de utilizarlas caso necesario. Entrañaría un claro mensaje de disuasión y salvaguardia del propio interés, en absoluto reñido con el mantenimiento de la paz y la legalidad internacionales.
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