En palabras de SM el Rey en la última Pascua Militar, “mandar es servir”. Interprétese como recordatorio genérico de un rasgo esencial del ejercicio del mando, no como alusión a un pretendido mando supremo efectivo, sólo posible, según criterio no mayoritario en la dogmática, en situaciones límite. No es ocasión de reiterar cuanto hemos expuesto al respecto otras veces.
El Título III del Real Decreto 96/09, de 6 de febrero, que aprobó las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas, está dedicado a la “acción de mando”. De sus preceptos –artículos 53 a 82, en especial 53 a 55, 58 a 61, 63, 64 y, sobre todo, 66 a 77 del Capítulo II, dedicado a la “relación con los subordinados”- irradia la orientación y sentido de la afirmación que se comenta. No se trató de una enunciación admonitoria, ni siquiera desiderativa, mandar/servir es algo consustancial a la buena práctica o correcto desempeño del mando. Deriva de un principio jerárquico, salvaguardado penal y disciplinariamente, pero ligado a la responsabilidad, la ejemplaridad y la equidad que han de caracterizar la “auctoritas” de quien decide y ordena.
Ejemplifica GEOFFREY REGAN en su “Historia de la incompetencia militar” los supuestos en los que el mando actúa o decide erróneamente, con resultados catastróficos: subestimación del enemigo, valor personal (en el sentido de un actuar imprudente), timidez y sobreestimación del enemigo, superstición y fatalismo, locura, enfermedad e incapacidad física, edad avanzada, insuficientes o malas relaciones entre los diversos comandantes, cobardía, conservadurismo táctico, la fe en los asaltos frontales, incapacidad para hacer frente al terreno o a los elementos, incapacidad para comunicar y, por último, desperdicio de recursos humanos.
Que duda cabe que tras cualquiera de esas caracterizaciones –ilustradas por el autor con numerosos supuestos históricos- late una merma del espíritu de servicio que debe inspirar el cabal ejercicio del mando, en el que el respeto a los subordinados y su motivación van de la mano del liderazgo, del prestigio adquirido con el “ejemplo, preparación y capacidad de decisión” (artículo 54 de las Reales Ordenanzas). A eso empuja el propio “honor y espíritu” (artículo 14). Va de suyo.
En definitiva, mando es servir en cuanto no cabe reducirlo a mero poder material o pura compulsión. En él existe un principio de reflexión o convencimiento. Por eso son tan difíciles su pedagogía, su psicología y su plasmación práctica. Aunque parezca paradójico, “el mando no es tanto cuestión de puño como de posaderas”, llega a expresar, en modo algo distinto a su elegancia habitual, ORTEGA en “La rebelión de las masas”. En otras palabras, descartada la concepción tosca que solo ve imposición mecánica, lo importante es ejercer el mando por quien actúa con formación adecuada, eficacia, sentido de la justicia y espíritu propio del que conoce razonablemente la naturaleza humana.
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