Difícil resistirse a emparentar dos acontecimientos recientes. Uno muy trágico, el nuevo atentado islamista, esta vez en Bruselas, y otro ridículo, si no fuera por lo que denota, el desprecio a la representación militar en el Salón sobre Enseñanza recientemente celebrado en la Ciudad Condal.
El primero se comenta por sí solo y responde a un fenómeno frente al que no cabe más que insistir en la necesidad del reforzamiento del control de determinada inmigración y del dispositivo europeo de seguridad y defensa. Pero sin la adecuada comprensión de lo que ocurre poco podrá hacerse. Existe una sustancial brecha civilizatoria ajena a los enjuagues bienpensantes, tales como un irrestricto “refugees welcome”, la empatía (sic) como bálsamo para el conflicto, la justificación o la equidistancia ante el terror u otras ocurrencias de similar naturaleza.
El mundo del Derecho, como ya hemos advertido en otras ocasiones, cuenta con dos instrumentos tradicionales que pudieran ser tenidos en consideración. La cláusula de orden público, en cuanto veda comportamientos e instituciones ajenas al acervo jurídico propio, y el principio de reciprocidad, que impide la aceptación o reconocimiento de lo pretendido por quien no estaría dispuesto a asumirlo a la inversa.
Y todo ello con una regla clara: quien accede a tu casa o vive en ella debe acatar el ordenamiento jurídico y aceptar las pautas de conducta básicas. Una cosa es la sociedad multiétnica y otra el multiculturalismo, que, como bien alerta GIOVANNI SARTORI, puede derivar en atomización social y caos. Es requerimiento inexcusable el imperio de la ley, sin excepción alguna, aparejado a la plena conciencia, sin complejos, de nuestro substrato cultural. Y no resultan de recibo relativizaciones o reservas de difícil justificación (por cierto, ¿se puede ser mero “observador” en un pacto antiyihadista?), que empañan la determinación y la voluntad de doblegar las amenazas.
Aludíamos a una segunda cuestión, ligada a la anterior en cuanto trasluce una determinada forma de enfocar el mundo. Aunque sería mucho reconocer una “weltanschauung” coherente y rigurosa en lo que no es más que simplificación demagógica y subproducto criptoideológico, alentado mediáticamente al calor de la crisis económica y la corrupción. No ofende quien quiere sino quien puede.
Pero no está de más recordar las exigencias de la formación militar, desde los especialistas de tropa y marinería hasta el cuerpo de oficiales, pasando por los suboficiales. La enseñanza militar es un continuo que no se agota en las escuelas y academias castrenses, dura toda la vida militar y es de un rigor de difícil parangón en otros ámbitos. Y a la par de formar en lo puramente técnico, procura inculcar y fomentar valores como la disciplina, el valor, la responsabilidad, el compañerismo, la lealtad y el patriotismo, con respeto a la Constitución y a las leyes, y renuncia a la plenitud de determinados derechos, con incluso la disponibilidad de la propia vida en aras al debido cumplimiento de las misiones encomendadas.
Algo muy alejado de los paradigmas pretendidamente novedosos de los que escenifican el rechazo. Incluso analistas de enjundia los ligan a una categoría de pensamiento débil que podría ser muy grato, precisamente, a los enemigos de los valores de la democracia y de la civilización occidental.