Algunas secuelas políticas, artificiales o torticeras, de la
celebración de la Fiesta Nacional del 12 de octubre, no pueden suponer desdoro
para un acto central que, a pesar de las inclemencias del tiempo, tuvo la
prestancia y carga emocional de otros años. Se ha llegado a cuestionar la
existencia de un desfile militar, como si supusiera algo negativo o ajeno a la
celebración, e incluso, en el colmo del disparate, la propia efeméride, con
argumentos, en el mejor de los casos por pura ignorancia, que causan sonrojo.
No corresponde ahora hacer pedagogía al respecto, pues habrá otros ámbitos,
hemos de confiar, más cualificados o adecuados para poner las cosas en su sitio.
Aunque el problema de fondo tiene compleja etiología, las respuestas pudieran
ser fáciles, en cuanto deducibles de nociones elementales de cultura histórica
general. Sólo añadir, en cuanto a la participación de las Fuerzas Armadas en el
acto principal, que ese protagonismo es algo común en otras naciones –con una
conocida excepción derivada de las consecuencias de la II Guerra Mundial- y que,
además, la institución militar es probablemente, en unión de la Corona, la de
mayor simbolismo sobre la permanencia histórica del Estado, de ahí su papel
ceremonial y protocolario.
Las razones históricas de la data concreta resultan claras para cualquier
español de bien y no precisan de una formación académica de altura. Ahora bien,
puede arriesgarse que determinados ambientes educativos y mediáticos, con
extensión a las redes sociales, incuban el huevo de la serpiente y las posturas
que se comentan. Confiemos en que la lógica y la razón presidan el decurso de
los acontecimientos. Y que cuantos perciban los peligros de una creciente
subcultura no bajen la guardia. No es mucho pedir.
Parece que se desarrolla con éxito la ofensiva final contra Mosul. Participan en
ella tropas iraquíes y “peshmergas” kurdos, con apoyo aéreo estadounidense. Unos
tres mil militares iraquíes han sido ya formados por el contingente español
desplegado en las proximidades de Bagdad y muchos de ellos estarán, sin duda,
participando en la operación.
Llegará el momento en que deba plantearse cual sea la respuesta jurídica frente
a los milicianos del Daesh, que evidentemente han cometido delitos de genocidio,
de lesa humanidad y de guerra (artículos 6 a 8 del Estatuto de Roma de la Corte
Penal Internacional), y, a partir de la consideración de cual sea su “estatuto
de combatiente” (combatientes ¿irregulares?, ¿ilegítimos?), extraer las
consecuencias que procedan.
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