La victoria de DONALD TRUMP ha generado reacciones de muy distinto jaez,
desde la irreflexiva complacencia al catastrofismo extremo. Ni una cosa ni la
otra. Lo cierto es que el personaje no ayuda con sus declaraciones a hacerse una
exacta idea de lo que pretende en materia de seguridad, con las repercusiones
que pudieran generarse a Europa y, en particular, a España.
La impresión inicial es que el aislacionismo y el proteccionismo que sus
orientaciones en política internacional parecen destilar sea lógico inquieten a
los tradicionales aliados de EEUU. Manifestaciones contradictorias o ambiguas
que no trazan una línea suficientemente clara. No obstante, se ha destacado que
en su discurso de abril en el “Center for the Nacional Interest” ofreció pistas
concretas. En él, tras identificar cinco debilidades en política exterior
(recursos sobrecargados; aliados que no contribuyen a la seguridad en forma
proporcional; países amigos que buscan ayuda en terceros; adversarios que ya no
respetan a EEUU; carencia de objetivos claros), fijó tres objetivos concretos:
acabar con Daesh, reforzar la Fuerzas Armadas y la economía norteamericanas y
una política exterior basada en el interés estadounidense.
Así expuestos, tales objetivos no tendrían por qué entrañar un giro radical en
las políticas exterior y militar de la potencia hegemónica. No obstante, si se
vinculan a una cierta displicencia hacia la seguridad colectiva que encarna la
OTAN y a la denuncia de acuerdos comerciales transnacionales vigentes o en
trámite de culminación (TPP, NAFTA, TTIP), si pudieran integrar un cambio
sustancial en el panorama internacional, cuyas resultas pudieran resultarnos
desfavorables, en el ámbito económico (barreras a las importaciones) o en el
militar (necesidad de mayores esfuerzos, aunque de ello pudieran extraerse
efectos positivos).
Lo cierto es que lo enunciado en periodo electoral no suele materializarse
rigurosamente en ningún país cuando se ejerce la responsabilidad de gobernar,
pero en USA el presidente cuenta con un apreciable margen de actuación en
política internacional. En todo caso, un régimen de “check and balances” como el
norteamericano puede reconducir, en principio, propuestas potencialmente
arriesgadas. Resulta difícil concebir un abandono total de la política de la
Administración OBAMA enfocada al área Asia-Pacífico, dejando las manos libres a
China –ya por encima de EEUU en el comercio total de ASEAN- o a otros actores en
un espacio decisivo para la seguridad y la economía mundiales. Tampoco un
repliegue sustancial en la estructura OTAN y sus zonas de incumbencia,
propiciando peligrosos vacíos estratégicos.
Simplificando, tres orientaciones conviven en el partido republicano en lo que
a política internacional respecta: los no intervencionistas (PAT BUCHANAN, RAND
PAUL…), los internacionalistas, hasta ahora dominantes, en su doble vertiente
(realistas como HENRY KISSINGER y “neocons” como RICHARD PERLE o ROBERT KAGAN)
y, en tercer término, los puramente nacionalistas. Según los analistas, los
primeros y los terceros parecen haber estado en la estela de la victoria del
político neoyorquino, pero es arriesgado deducir una derrota de la segunda
escuela de pensamiento, de suyo la de mayor peso en el GOP desde los años
cuarenta, y ello en modo abrumador. Así las cosas, la complejidad de los
factores en suerte no facilitarán, ha de confiarse, giros imprudentes. Lo más un
cierto deshielo con Rusia con repercusiones que debieran ser favorables en
Oriente Próximo y una reconsideración de la estructura militar colectiva desde
parámetros de equidad. Quizá un “wishful thinking”. Y harina de otro costal es
la cuestión económica. Veremos.
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