Para MIRCEA ELIADE, en el mundo occidental la iniciación a lo sagrado,
en su sentido tradicional y estricto, ha desaparecido hace tiempo, aunque los
símbolos y escenarios iniciáticos sobreviven a escala inconsciente. Para el
investigador rumano, en un mundo desacralizado como el nuestro, lo sagrado
está presente y es activo principalmente en los universos imaginarios,
detectando una cierta nostalgia de una renovatio capaz de cambiar
radicalmente su existencia. Su reflexión, desarrollada a mediados del siglo
pasado, ahora quizá ofrecería tintes más sombríos.
Ligado el fenómeno sacro (algo que trasciende lo puramente religioso) a los
símbolos, al rito y a la vocación de permanencia (factores, por cierto, muy
propios de la milicia), es indudable que en el mundo occidental actual el
maridaje entre determinismo (tanto a escala social como individual) y
relativismo (cualquier construcción moral puede ser válida) propicia una
atmósfera en la que las certidumbres se trasladan a lo puramente material o a la
vorágine técnica, arrumbando lo religioso, la trascendencia y la dimensión
espiritual del ser humano, ya carentes de valor o utilidad.
Sobreviven sólo algunos de los mitos ideológicos que tan sagazmente destripara
nuestro filósofo GUSTAVO BUENO, y, tras un limes cada vez menos físico,
otros de muy diferente sesgo, con raíces seculares de larga data, cuya pujanza
incluso pudiera propiciar un salto civilizatorio de efectos inimaginables.
Pero no desesperemos. Si en los procesos históricos siempre parece que el
élan de las tendencias dominantes es abrumador y resultaría inútil ir
contracorriente, también es cierto que en muchas ocasiones un conjunto exiguo,
incluidas algunas instituciones, preservan pautas y principios, evitando una
aniquilación o, al menos, garantizan la transmisión histórica de la cadena de
valores sin la que toda sociedad es difícil perviva. No se trata de una burda
conciliación de SPENGLER y ORTEGA, fruto de una lectura superficial, es simple
expresión de fenómenos cotejados históricamente. Y menos aún se interprete como
sugerencia vinculada a retos vigentes en el escenario patrio.
Postdata. Si el llamado 11 M fue valorado como un punto de inflexión, el 17 A ha
supuesto una radical negación de cualquier espíritu de unidad y
determinación. La escenificación posterior, ridícula y vil, nada favorece
nuestra imagen como nación seria y creíble. Malos pasos.
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