El Estado, guardián del interés general, garantía de libertad
y seguridad. El Estado, salvaguardia de la igualdad y protector de los más
débiles. Su fortaleza, con los límites del imperio de la ley y del
respeto a los derechos humanos, resulta instrumento imprescindible para el recto
funcionamiento de la democracia y para sortear las incógnitas y riesgos
estratégicos del contexto internacional.
Entre sus rasgos o funciones básicas se encuentra la Defensa Nacional,
al igual que la justicia, la educación, la protección social, la
sanidad o la seguridad ciudadana. El ejercicio de esas y otras funciones arquetípicas
advierte de su existencia real y aventa el deslizamiento hacia la categoría
de los que se han dado en llamar "Estados fracasados", con su corolario
de inseguridad, caos, fraccionamiento y ruina económica. No cabe duda que
los embates que sufre el Estado-Nación, tal como lo conocemos en Europa
Occidental, los "modelos degenerados de la función pública"
(PARADA), la regresión del Derecho Público y la atomización
jurídica, tendrían bastante que ver con la posible "anarquía
que viene" (KAPLAN).
Al hilo de lo expuesto, FRANCIS FUKUYAMA, en su reciente libro "La construcción
del Estado", llama la atención sobre la necesidad de forjar o consolidar
instituciones estatales ("gubernamentales" en la terminología
anglosajona), por el bien de la comunidad internacional, toda vez que los Estados
fracasados o débiles son el motivo principal de los más graves problemas
que enfrenta el mundo. El planteamiento del profesor estadounidense contiene una
interesante reflexión sobre como la degradación del entramado organizativo
caracteriza un Estado débil, pues las instituciones constituyen la variable
clave del desarrollo, si bien siempre presididas por la única fuente auténtica
de legitimidad en el mundo actual, la democracia. Asimismo, afirma que los cambios
producidos con el transcurso del tiempo en la fuerza de las instituciones estatales,
el alcance de las funciones del Estado, refuerza o debilita, según los
casos, la fuerza de éste.
Al libro si acaso se le pueden hacer dos críticas que no empañan
lo acertado de sus tesis básicas. Cierto esquematismo en su desarrollo
expositivo y no dar importancia suficiente al factor civilizatorio, vital en las
raíces del estancamiento cultural y económico de ciertos países,
abocados a la perturbación del orden mundial. En cualquier caso un interesante
aviso a navegantes, en línea con las tesis de pensadores y analistas de
diferente temple ideológico, como DE SOTO, HOROWITZ, HUNTINGTON, IGNATIEFF,
KAGAN, KAPLAN o SEN, que, partiendo de una fe compartida en la democracia, alertan
de la necesidad de instituciones fuertes que garanticen la seguridad, sin la que
no hay libertad ni resistencia posibles ante las graves amenazas vigentes en el
escenario internacional.
Palmario resulta que entre esas instituciones se encuentran los Ejércitos,
estructura de la mayor relevancia en la arquitectura estatal, y cuya cohesión
y eficacia son, por consiguiente, imprescindibles. Difícil objetivo en
los Estados fracasados, donde la fuerza armada se disgrega en banderías
indisciplinadas, mas también en Estados-Nación en crisis, donde
se duda sobre la propia razón de ser, donde la voluntad política
se desboca por derroteros autodestructivos.
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