Corren, con origen en EEUU, vientos culturales de engañoso nuevo cuño. Más bien reformulaciones, máscaras, de viejas corrientes de pensamiento fracasadas en su plasmación real, ahora desplazadas a la debelación de las bases culturales de occidente y, por ende, de las sociedades democráticas tal y como las conocemos hasta ahora. El paradigma posmoderno, que se mostró como una atractiva propuesta, aparentemente liberadora -relativismo, hedonismo, cultivo de la estética, la economía política desterrada a un segundo plano…- en los años setenta del pasado siglo (LYOTARD, BAUDRILLARD, FOUCAULT, DERRIDA…) enlaza hoy con estrategias neomarxistas, ofreciendo un elenco de propuestas (ideología “woke”, cuestionamiento radical de la verdad, por evidente que sea, teorías “queer”, el género o la raza como instrumentos de ruptura, “interseccionalidad”…) que paulatinamente colonizan los mensajes, el lenguaje y las actitudes sociales.
Se dice que la corriente “woke”, surgida en los USA, es una derivada de la llamada “generación Z” (los nacidos a partir de 1995), compuesta por individuos superprotegidos y tecnificados (dispositivos, redes…) que acceden a unas universidades copadas por la llamada “corrección política”. Según GREG LUKIANOFF y JONATHAN HAIDT (“The coddling of the american mind”), la consecuencia es fanatismo y visión binaria (paranoide, si se quiere) del mundo, un nuevo puritanismo en el que la identidad y, en su caso, la interseccionalidad prevalecen sobre la verdad objetiva. Este cocktail, que apareja censura, activismo victimista y replanteamiento de problemas que las democracias occidentales tenían encarrilados, dibuja un escenario de conflicto cultural de muy difícil afrontamiento.
JAMES LINDSAY y HELEN PLUCKROSE (“Cynical Theories”) han explicado y desentrañado muy bien estos fenómenos, alertando, entre otros aspectos, del peligro de que estas agendas se institucionalicen, penetren en la estructura del Estado, por su naturaleza disgregadora o debilitante. Pues bien, algo así, supuesta una hipotética hegemonía o impregnación ideológica relevante entre nosotros, ¿como afectaría a la institución militar?
En primer lugar, una manifestación de todo este magma ideológico sería el “presentismo” (valorar hechos lejanos en el tiempo con la visión actual, obviando el contexto histórico pretérito) y la “cultura de la cancelación” (abolición radical de todo aquello que no pueda resistir el tamiz de la corrección política, incluso obras o hechos del pasado). Leemos, con estupor, que la batalla cultural contra el pasado incluye el cuestionamiento de Grecia y Roma en las universidades estadounidenses (¡!). Por contra, el militar es tributario de una tradición, de una historia, lo que se plasma en el cultivo de valores arraigados en el tiempo y en el respeto a los “símbolos de la Patria transmitidos por la historia” (artículo 6 de las Reales Ordenanzas). Algo muy alejado de ciertos escepticismos e iconoclastias militantes.
En segundo término, los activismos basados en la confrontación bipolar, que criminalizan a quien no es considerado en el “lado bueno de la historia” en ámbitos muy concretos sobre los que resulta fácil edificar una impostada superioridad moral (raza, género, mundo animal, clima…) y generan una suerte de atomización crispada en la sociedad, tampoco parece conjuguen con los principios de “disciplina, jerarquía y unidad” (artículos 7 a 10 de las Reales Ordenanzas) que presiden la institución militar.
Y, en fin, ni que decir tiene que todo lo que cuestione o relativice las bases de una libre convivencia, del respeto a la legalidad y a las instituciones, sería ajeno a cuanto significan las Fuerzas Armadas, uno de los elementos arquitecturales del Estado.
“In memoriam”. El 28 de febrero el maldito virus se nos llevó al coronel auditor Ángel Rivas Areales, tan vinculado a nuestra revista durante los primeros años de andadura, tanto es así que el propio nombre de la publicación responde a una atinada sugerencia suya. Perteneciente a la promoción 1987 del Cuerpo Jurídico de la Armada, sus virtudes como amigo y como militar eran un auténtico lujo para los que tuvimos el privilegio de tratarle y compartir todas esas cosas que hacen mejor nuestras vidas, como el compañerismo, la bondad, el disfrute de la amistad y el compartir esos valores que unen a cuantos tuvieron idéntico o similar troquel espiritual y profesional, entre los que ocupa lugar señero la entrega y el amor a España, a la Institución castrense y, en particular, a la Armada. Descanse en paz. No te olvidaremos, querido amigo.
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