Recién aprobada la Ley Orgánica de la Defensa Nacional, dos prestigiosos Magistrados, JAIME MALDONADO RAMOS y FRANCISCO JOSÉ NAVARRO SANCHIS, que ya han enriquecido nuestra publicación en otras ocasiones, ofrecen en este número sendas reflexiones al respecto. Como se sugirió en un editorial anterior, la nueva norma surge con aspectos cuando menos discutibles, sin que se alcance a comprender como no se ha optado por reformar o mejorar puntos concretos de la Ley de Criterios Básicos de 1980, de buena factura técnica y, además, fruto del más amplio consenso, como no podía ser menos en materia tan esencial. Ahora no ha habido acuerdo entre entre las dos grandes fuerzas políticas nacionales y, con todo respeto, se puede arriesgar que ha primado la mercadotecnia, coyunturalmente rentable, si bien el producto no va mas allá de un parto de los montes políticamente correcto, al margen de los defectos de técnica legislativa de que adolece. Los análisis que publicamos desbrozan inteligentemente la norma y posiblemente representan una aproximación pionera.
Si hablamos de modos expresivos, cualquier militar de carrera conoce el valor real de las palabras y comprende, por experiencia, lo que enmascaran los eufemismos ( "modernización", "transformación", "gerencia de infraestructura", "operación humanitaria", "conflicto",...), que implica la omisión de determinadas voces o locuciones ( "patriotismo", "defender a España", "guerra", "unidad de España",...). El lenguaje nunca es neutro o inocente. Prosodia política como cortina de humo de alguna acción perturbadora o, en el mejor de los casos, de la mayor de las vacuidades.
No está de mas recordar a TUCÍDIDES: "Al querer justificar actos considerados hasta entonces como censurables, se cambiará el sentido ordinario de las palabras". Sin retroceder tanto, MABLY, en "Observaciones a la Historia de Francia", afirmaba que "los relatos habrían de cambiar el rostro de las naciones". MICHELET, en "Historia de la Revolución", que la "palabra fue la energía hecha visible". Y MALLARMÉ, en "Notas tomadas en el teatro", que "enunciar significa producir: proclama a gritos sus demostraciones a través de la práctica".
Ante nuestros ojos desfilan permanentemente formulaciones discursivas cuya primera significación oculta una entraña peligrosa. En definitiva, ejercicio del "enmascaramiento que hace invisible" ( TARN, FAYE ). La redacción, incluidas las expresiones concretas ( propias de una verdadera "neolengua"), apunta a acciones en el rumbo que pretenda seguir el decisor político. Decía GOEBBELS, refiriéndose a su jefe de filas, que "sólo él tiene el don de transformar por el poder de la palabra", y éste remacha: "La palabra lanza puentes hacia horizontes desconocidos".
El lenguaje como adormidera que allana el camino, trampantojo que facilita una acción en la realidad social. Alerta constante frente a los efectos estupefacientes de enunciados convertidos en moneda común, ante vocablos que, correlativamente, resultan arrumbados, no obstante significar el espinazo de una institución.